La riqueza no se distribuye por igual en ninguna economía. Y, aunque lo fuera, la diferenciación entre las personas llevaría a que los diferentes intereses se expresaran de distintas maneras.
A medida que las personas intentan ganar más (para mejorar su situación) o que las diferentes personas expresan esos intereses de diferentes maneras (ahorrando dinero para ir de vacaciones a esquiar, o para pagar el anticipo de una casa) la gente invita a crear nuevos productos y servicios para satisfacer esas demandas.
Además, existe el problema de la incertidumbre. La gente ahorra dinero hoy para hacer frente a la incertidumbre de mañana (sanidad, pensiones, educación, etc.). Esos ahorros no permanecen ociosos, sino que se prestan a otras personas que creen que pueden obtener una rentabilidad mediante la inversión en nuevos negocios o ideas.
La cuestión es que cualquier economía dinámica experimentará cambios en la cantidad de bienes disponibles para las personas dentro de esa economía.
Desde una perspectiva económica, el “crecimiento” no es más que otra permutación. Desde una perspectiva política, el “crecimiento” implica que la gente se está enriqueciendo. Si ese crecimiento se distribuye de forma asimétrica (por ejemplo, los pobres no lo experimentan y las clases medias consideran que no reciben lo suficiente), eso es un problema para los políticos.
Los mercados emergentes del mundo intentan sacar a millones de personas de la pobreza. El crecimiento es una forma de medir la rapidez con la que consiguen ese fin.
El crecimiento, en sí mismo, no tiene sentido. Hay gente que cree que “nosotros” (como algún representante de la sociedad) tenemos suficientes cosas y el crecimiento es innecesario, pero eso implica que todo el mundo está satisfecho. Mientras algunas personas deseen tener más riqueza/cosas, y tengan los medios para conseguirlo, habrá crecimiento.
Y mientras haya incertidumbre el crecimiento variará.